Libros para compartir: El mundo de ayer: Memorias de un europeo, por Stefan Zweig, 1941

El mundo de ayer: Memorias de un europeo, Stefan Zweig, 1941 (El Alcantilado, Barcelona 2003)

Juan había publicado este artículo originalmente el 19 de septiembre de 2011 en el blog IdeasdePapel

Leí este libro en su versión en español en el otoño de 2006, me gusto mucho y quiero compartirlo. Lo que sigue son mis impresiones. Como en todo libro, cualquier descripción o reseña, por más pomposa que ésta sea, es una experiencia individual de aquel quién lo lee…Si le parece que le va a gustar, lealo!


…A sus 60 años, en una habitación de hotel, con el mundo en plena Segunda Guerra Mundial, y sin ninguno de sus libros, ningún periódico, ninguna carta, en fin, ninguna referencia bibliográfica o documentación, Zweig escribe; “No puedo ir a buscar información a ninguna parte porque la censura ha interrumpido o ha puesto trabas a la correspondencia en todo el mundo.” Debido a la circunstancia en las que se encuentra debe recurrir a su memoria para relatar los hechos y cambios de una época de la que él “–como austríaco, judío, escritor, humanista y pacifista –” se declara protagonista. 


El Mundo de Ayer es el último libro escrito por Stefan Zweig  allá en el verano de 1941 en la ciudad de New York, unos meses antes de su suicidio en la ciudad de Petrópolis, Brasil, el 22 de febrero de 1942.  Si bien se trata de una autobiografía, éste tiene por protagonistas  la cultura, el arte, la arquitectura de las ciudades y los modos de vida de los personajes de una época, aquella la de la primera mitad de siglo XX. Zweig nos narra sus experiencias sin vueltas atrás y con saltos hacia adelante. Comparaciones con un futuro que más bien es su presente más cercano, el de 1941. 


La narrativa nos transporta a través de las más ricas descripciones de lugares y personas, descripciones que aluden tanto al ámbito artístico y los círculos literarios e intelectuales en los que se ve envuelto, como también a los paisajes naturales y urbanos de su Austria natal. Tal es la calidad testimonial de su prosa que podemos ver, tocar, sentir casi su  Salzburgo natal  y las otras tantas capitales que menciona, desde Berlín, Paris, y Londres, a su visión extra europea en la India primero, en Estados Unidos luego, y ya más adelante en el tiempo, y bajo otras circunstancias totalmente distintas, en Argentina y Brasil.

Stefan Zweig viaja, viaja mucho, y uno de los aspectos importantes a mencionar sobre sus viajes es su negación a atarse a las cosas materiales, como lo sería el caso de un hogar. En sus viajes, Zweig sólo busca tener un pied-à-terre allá a donde fuera, pero nunca encariñarse demasiado con un lugar. Esta característica de su personalidad, producto de una vida errante por Europa, se le presenta no como un problema de adaptación sino más bien como una gran ayuda “…puesto cada vez que me construía un hogar me obligaban a abandonarlo y veía desintegrarse todo lo creado a mi alrededor, esa misteriosa sensación de vivir sin atarse a nada me resultó muy útil. Aprendida muy temprano, me hizo más llevaderas las pérdidas y las despedidas.” 


Con sus viajes, Zweig nos proporciona retratos casi palpables de lugares en ciertas épocas; aprendemos cómo era el Berlin de 1902-1903, caracterizado del servilismo de grupo, el orden y el fuerte concepto de clase, un Berlín en transición hacia aquella gran metrópoli que conocemos hoy.  Conocemos el Paris de 1904, un calidoscopio que “sólo conocía la coexistencia de contrastes.” Más lejos de allí, los impactos que la India con el fuerte concepto de clase, la gran miseria y la pobreza le causaron en su viaje de 1908-09. También aparecen Viena, donde lo fundamental a principios de siglo era la tradición, la permanencia de las formas y el concepto de seguridad, y Nueva York, con su modernidad y la disponibilidad de trabajo para aquél que lo buscara. Más tarde, cuando la historia cambia tras la Gran Guerra, Zweig nos comenta como Zúrich y Ginebra pasan a ser, hacia 1915-1916, los nuevos centros de gravedad, y hacia 1940, Argentina y Brasil, libres del terror y la discordia que inundan la Europa de la Segunda Guerra, se conviertirían en las nuevas España y Portugal.

Sus descripciones de lugares hacen hincapié en su predilección y amor por el arte a través de los espacios urbanos, teatros y museos en las ciudades, y de sus gentes y sus círculos intelectuales. Quizá sea por ello que a la hora de datos absolutos y referencias históricas, su relato se queda corto.  Es la descripción de las gentes, sus viajes y sus estancias la que nos permite dilucidar la formación de su pensamiento e ideología universalista, cosmopolita, de hombre europeo. Al colocarse como protagonista, Zweig busca representar los cambios políticos, económicos, sociales e ideológicos que se suceden dentro de un lapso de tiempo relativamente corto, y así hallar una explicación a los acontecimientos de la primera mitad de siglo. Cuando la marea de las Guerras y los acontecimientos lo llevan a reflexionar: “Deberíamos a pensar, me decía a mí mismo, ya no sólo a la europea, sino mirando más allá de Europa; no deberíamos enterrarnos en un pasado moribundo, sino participar en su renacimiento.”



Con elegancia, y a veces con arrogancia, se nos narra sobre la manera de pensar y actuar de varios protagonistas de la historia como Walther Rathenau, Augustine Rodin, Romain Rolland, Sigmund Freíd, Rilke, James Joyce, Richard Strauss, Adolf Hitler, Kart Haushofer…. Hermoso es aquel pasaje  de prosa testimonial, en el que Zweig conoce a Rodin en un momento de creación, cuando éste último decide retocar una de sus esculturas, y que Zweig define como una lección para toda la vida.


Para Zweig la mejor forma de conocer a un pueblo, sin una impresión precipitada, es a través de la amistad intelectual de sus mejores hombres. Por un lado, esto le permite poder crear un lazo de fraternidad con toda Europa, llegar a ser un hombre de mundo, inmiscuirse en el arte, la literatura y la arquitectura allá donde va. Pero se olvida quizás del uso del transporte público, de los mercados, el caminar de la gente, los mensajes en las paredes, la limpieza o no de las calles, el gusto del café, los techos o la altura de los edificios. Descripciones urbanas las hay, y ricas en su libro, pero son aquellas texturas cotidianas sobre sus vivencias, sus experiencias de los lugares a los que va lo que nos falta.

Zweig narra la historia corta de estos años en etapas, como si de momentos se tratara: Los años de 1870 a 1910 son para Zweig cuarenta años de paz, el mundo de la seguridad y la confianza en el progreso científico y técnico.  La absurda creencia de que sólo se puede ir mejor. Un mundo, el de sus padres y abuelos, el mundo de ayer, donde se percibe sólo el embellecimiento de las artes, el crecimiento y consolidación de las capitales, el desarrollo de la ciencia. El mundo del progreso interminable. 


Aquellos cambios en el arte, en la ciencia, en la arquitectura, en la relajación de las costumbres, no dejan ver otros cambios; los cambios que se van produciendo en materia social e ideológica. Éstan ahí, pero no se les da importancia. Zweig da pautas aludiendo primero a aquella disparidad en crescendo entre la burguesía y las demás capas sociales por debajo, sobre todo el sector obrero, y luego haciendo referencia a las controversias entre los partidos y la rotura de la conciliación política. Son todos movimientos de fondo tapados, o callados por aquella atmósfera general de despreocupación y confianza en las autoridades, la fe en la legitimidad del Estado y el progreso en todos los campos. 


De 1910 a 1920 la cosa cambia. Estos son años teñidos por el preludio, el desarrollo y el desenlace de la Gran Guerra. Un viaje turbulento que comienza con la euforia y embriaguez de los dos primeros años de conflicto y desemboca en el desengaño y desilusión de los dos últimos. Euforia romantica, embriaguez patriótica, estupidez total.  Éste es el período donde se conceptualizan y articulan términos y realidades como las cartillas de racionamiento,  la falta de víveres o estancamiento del comercio, todos ellos producto de una economía de guerra.  No existe aún el reclutamiento militar, concepto que según Zweig consiste en un anacronismo ya que las gentes se alistaban eufóricamente. 


1920 a 1930 son los años de posguerra. Con la Gran Guerra terminada vienen los años de ideas y proyectos de paz y un mundo mejor complicados inmediatamente por una aguda inflación económica y el advenimiento de un mercado grotesco ante la caída de la moneda. Pero hay más. Es un momento en donde se pierden las medidas y lo que se mide.


Período del desempleo, de problemas estructurales de la economía europea y obligada readaptación entre los años 1920-1930. Es el período de  los pactos de Versailles, de Rapallo y de Génova. Zweig nos narra los resultados del diktat, como así se conoce luego al pacto de Versailles de 1919: el fracaso de las promesas de paz y de aquel mundo mejor según Wilson, rotos por los intereses de los fabricantes de armas, la política de tratados secretos, y el juego y  la especulación.


En aquellos años, una revolución  interna a nivel moral, espiritual va tomando lugar. Es el deseo de romper con la tradición; todo lo pasado está equivocado, todo lo pasado es la causa del mayor crimen de la humanidad. La literatura se rebela; el arte con sus nuevas formas, el cubismo y el surrealismo, rompe los esquemas; la homosexualidad y el lesbianismo frente a las líneas y pautas normales y tradicionales del amor y las relaciones humanas, causan estupor; la juventud frente a la vejez; y sobre todo el desprecio y la falta de respeto, de credibilidad, producto de la experiencia y el desengaño, a la autoridades, al gobierno, a los mayores, a los padres.

Zweig percibe esta etapa como una forma de limpieza y rotura con lo anterior. Aquella etapa guiada por la ilusión y el romanticismo, y las voces del progreso,  se transforma en otra etapa. Etapa muy distinta, basada en la realidad y la experiencia, el desengaño, la desconfianza. Epoca de rebeldía que en buscar nuevas formas, en desacreditar lo viejo, se olvida de aprender sus errores. Pisa lo pasado, da rienda suelta  a la historia y no se hace cargo.

Sus últimos dos capítulos, Ocaso y La Agonía de la Paz, transcurren entre 1934 y 1940. Son momentos oscuros, donde Zweig debe dejar su Salzburgo tras una redada en su casa, y se le prohíbe publicar en alemán. Es el  momento también en el que el partido nacionalsocialista asciende y llega a tomar el poder, sirviéndose, por un lado, de los engaños de Hitler para atraer a sectores dispares de la sociedad, y por otro, de aquel impulso y deseo de reacción de los jóvenes para la conformación de las llamadas ‘tropas de asalto’. Deseo de reacción que por medio del suministro de material y entrenamiento, sería la base para el desarrollo de un régimen de terror basado en la disciplina alemana y el servilismo de grupo. Este momento es el de la decepción y la pérdida de Europa para Zweig, que hacia 1940 se traslada a América.

El Mundo de Ayer es un retrato de ciudades y gentes de una época bajo la prosa pesimista y la inquietud pacifista de su autor y protagonista. Stefan Zweig, con cierta limitación bibliográfica y no sin cierta visión subjetiva, intenta reflejar los cambios en política y las relaciones internacionales. Para ello se sirve de su experiencia universalista, sus encuentros intelectuales, y las realidades que el contexto literario y artístico delata. El estilo literario y la calidad de la narrativa hacen del libro una de las obras imprescindibles para entender los cambios y conflictos de la primera mitad del siglo XX.


COMMENTS

“Parece interesante el libro, tendría que conseguirlo. Cabe destacar, Juan, que más que una reseña, he leído -lo que podría ser- un Prólogo con un interesante análisis de lectura. Tu comentario me acercó tanto a la obra de Zweig, que recordé automáticamente el “Adán Buenosayres” de Leopoldo Marechal, por lo menos, en lo que respecta a la alusión de los personajes intelectuales y la descripción de algunos lugares.
Sin embargo, la obra de Zweig se debe destacar por el trasfondo político de la Europa de la Primera Guerra, la posguerra y el comienzo del “Tercer Reich”, con la asunción del Hitler. En este punto, con tus palabras, recordé el “Berlín Alexanderplatz” de Alfred Döblin, que muchos comparan con el “Ulises” de James Joyce; yo prefiero emparentarlo con “Los detectives salvajes” de Roberto Bolaño, pero sólo por una cuestión estilística del uso del ‘collage intertextual’ y el simbolismo presente en las imágenes.
La obra de Zweig (austríaco) y la de Döblin (alemán) podrían ser producto de un buen análisis socio-histórico que destacara, entre otras cosas, cómo el “hombre de ayer” fue asediado por un entorno de hostil de guerras y una situación político-social que hacía parecer “superiores” a unos pocos, en la Europa del Holocausto.” Un abrazo

Alfredo Halkón (23 septiembre 2011)

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.